En su octavo cielo agitaba las aguas,
inventándose diluvios,
Tlaloc, el del rostro misterioso.
De su voz el trueno se volvió,
derrotando al caos
y nombrándolo Señor de la noche
y las tormentas.
Tlaloc virtió la vida
que lo alimentaría
una y otra vez
en parsimonía.