Tal vez Verne Umbra no exista jamás; pero, en lo personal, me resulta un concepto atractivo para delinear la fantasía futurista de la humanidad. Es un lugar en la mente arquetípica de toda una generación que creció con la ciencia ficción que se forjó en los primeros años del siglo XIX y ha llegado a su punto culminante en la época contemporánea.
Se dice que toda civilización ha tenido su ciudad o mundo imaginario ideal. Toda religión tiene su paraíso y todo filósofo (¡o filósofa!) se sitúa en su propia Utopía, sea la Atlántida, Avalon o Arcadia.
Verne Umbra es una sombra fuera del planeta Tierra; podría ser una ciudad en la luna [¡hay un cráter que lleva el nombre del escritor francés y también una montaña en la cara oculta de nuestro satélite!] o un país en Marte. Y Verne 5231 es un asteroide que circunnavega parsimonioso entre Marte y Júpiter, esperando el retorno de su principito.
Lo más probable, sin embargo, es que Verne Umbra esté a millones de años luz de aquí, en una galaxia muy, muy lejana, o —mejor aún— quizá forma parte de un universo alterno en el que Jules Verne es reconocido como el gran demiurgo.
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