“Veo que eres periodista y escritora, ¿eres independiente? O trabajas profesionalmente.”, fue el mensaje que encontré en mi buzón Twitter, enviado por un usuario de la red social que me llevó a una profunda reflexión filosófica sobre lo que hago diez horas al día de lunes a domingo. Responder a la dinámica de una dicotomía imposible me incitó a un divertido juego de palabras que habría de confrontarme con la definición de mí misma como escribana del día a día en un espacio donde las definiciones y las etiquetas, al paso de los años, no tienen cabida.
Mi mente se detuvo por unos segundos en el intento de discernir si ser profesional descarta la independencia (sin considerar cualquier cosa que dicho terminajo implique) o si sólo se es de verdad independiente cuando se es amateur… En fin, supongo por mi historia de vida y laboral que soy profesional y que hoy día puedo incluir el bonus track de la independencia intelectual y creativa que únicamente se alcanza cuando se asume el riesgo empresarial en el que estoy inmersa desde que decidí emprender mi propio proyecto periodístico continental.
Dicen que no existen las coincidencias y que la sincronicidad es la madre del Destino. Que un twittero o twittera me cuestione sobre si “trabajo profesionalmente”, lo que supongo tiene relación con que actualmente en la web coexistimos los periodistas y literatos de oficio con los aficionados a la escritura, me permite alejarme durante un par de horas del vértigo de la investigación periodística diaria que se hace para que el suscriptor y el patrocinador, al que siempre un profesional se entrega religiosamente hasta el límite de su capacidad laboral, para que obtenga esa información por la que paga de manera metódica y diligente.
La feliz sincronicidad entre la pregunta del twittero o twittera y mi reflexión está en que durante años me preparé para ser reconocida por mi trabajo periodístico y tal vez por mis afanes literarios; pero -acepto y reconozco- días atrás quedé sorprendida al recibir atenciones por mi condición de empresaria, de quienes hacía tiempo me habían tratado como reportera. Recuerdo que en ese momento miré hacia el corralito de los periodistas pensando que en esencia pertenezco a ese gremio; y no obstante, para lograr mi independencia profesional e intelectual, para viajar por la libre, como con frecuencia lo reitero en mi actividad blogbluffera, he tenido que aprender a desprenderme de etiquetas, a no encasillarme en estereotipos ni casarme con ideas prefabricadas desde el poder.
A cambio espero -algún día no lejano- alcanzar ese estado perfecto del literato descrito alguna vez por el maestro Carlos Fuentes y llegar a ser una vaga (en mi caso una vaga-mundos) que mientras escribe un cuento, controla con unos cuantos clicks la marcha de las empresas por las que hoy, a veces, tengo que postergar la última línea de esa historia que quiere ser conocida por fin, por quienes deseen leerla. ♥
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